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Un crisol donde se fusiona la literatura fantástica en todas sus formas. Un espacio de difusión, crítica y reunión para autores y lectores de la Web de Chile y el mundo. Somos un pequeño grupo de escritores que han constatado la necesidad de crear nuevos espacios de encuentro para autores y lectores de literatura de fantasía, ciencia ficción y terror, con la firme visión de transformarse en un referente para Chile y Latinoamérica.

lunes, 18 de marzo de 2013

CREACIONES IMAGÓTICAS. Entrega de hoy: «MISIÓN: GUDZ», por Fernando Cuerva.


En Letras Imagóticas queremos ofrecer un espacio a la creación literaria, tanto a autores nacionales como extranjeros, en todos los géneros de nuestra línea editorial (fantasía, ciencia ficción, terror). Aunque realizamos algunos ajustes de edición, los cambios en el texto son mínimos, para respetar la integridad de la obra del escritor que pone sus escritos en nuestras manos. Este primer relato pertenece al autor español Fernando Cuerva. Los invitamos a todos a disfrutar de su lectura, a comentarla si así lo desean y a comunicarse con nosotros para enviarnos sus escritos. En Letras Imagóticas con gusto los difundiremos.





Forced Landing, by Marcus Vogt
Las diez naves habían cruzado la galaxia Delfos y se aproximaban sin demora a su objetivo: el planeta Gudz XII. Los arsenales de la tercera unidad aeroespacial de la Tierra estaban cargados a más no poder de armamento suficiente para destruir varios planetas de las dimensiones de Júpiter. Era la segunda misión allí. La primera había sido de exploración y acabó en tragedia. El comandante John Cougart, al mando de una veintena de científicos, había puesto sobre el suelo de Gudz una sola nave. Él fue el único superviviente, la extraña raza que habitaba el planeta había acabado con la vida de todos sus compañeros y fue un milagro que John saliera vivo de aquel lugar. El comandante logró huir tras perder a todos sus compañeros, abandonando los experimentos y objetos que habían realizado o encontrado durante los primeros días de su estancia. Apenas pudo describir cómo eran los seres que los atacaron. «Fue todo tan rápido, que de haber permanecido un minuto más allí hubiese formado parte de su superficie arenosa», señaló en su informe.

Pero, esta vez, el Consejo de Ministros de la Tierra había tomado todas las medidas necesarias. Los cerca de mil hombres, armados hasta los dientes, debían ser lo suficientemente persuasivos para que los habitantes de ese extraño lugar sucumbieran. Pero si todo salía mal, el planeta desaparecería definitivamente de la faz del universo.

La primera misión había durado cerca de tres años. El planeta estaba tan alejado del sistema solar que la comunicación entre la nave y la Tierra quedó cortada durante más de dos años. Por lo que explicó Cougart en su informe, solo estuvieron dos días en el astro.

—Parece que hemos tenido un buen… ¿aterrizaje? —sonrió Miriam Redhair, la capitana de la flota—. O, ¿debería decir «agudizaje»?

—Dejémonos de tecnicismos y acabemos cuanto antes con esto —cortó secamente Cougart.

Bajaron de las naves tras comprobar en la pantalla del radar de infrarrojos que no había ningún ser viviente en cinco kilómetros a la redonda. Cougart señaló una zona boscosa que se podía distinguir en la lejanía, y que sobresalía ante tanta desertización. Desdeñó la posibilidad de utilizar los vehículos ligeros de propulsión porque sabía que había campos magnéticos que los dejarían inutilizados. Era sorprendente que en un lugar así pudiera haber vida. Aunque la atmósfera era similar a la de la Tierra, el terreno árido impedía que nada creciera; aquel bosque era la excepción.

—Comandante —Miriam se dirigió a John—, los oficiales y yo nos preguntábamos cómo es posible que hayamos tardado sólo seis meses en llegar a este planeta, cuando en la primera misión se hizo en el triple del tiempo, según informó al Consejo de Ministros.

—Ahora ya conocíamos el camino —respondió de mala gana Cougart.

—Cierto señor, pero es que tardó usted lo mismo en la vuelta. ¿Tuvo algún tipo de problemas?

—Capitana Redhair, todo lo que me pasó desde el momento en el que salí con aquella nave desde París, hasta que volví allá, está explícitamente detallado en el informe que entregué al consejo. Ahora quizá deberían de prestar más atención a esta misión y dejar de hacerse preguntas estúpidas. Piense que veinte personas murieron fruto de nuestro relajamiento aquí —concluyó el militar.

La tropa llegó media hora después al límite que separaba el desierto con el frondoso y extraño bosque. A una orden de Cougart todos avanzaron hacia su interior, no sin antes recibir la orden de guardar las armas y prohibir tocar cualquiera de aquellos extraños árboles. Miriam quedó prendada de la belleza de aquellos seres del mundo vegetal. Era muy curioso que no nacieran de un solo tronco, sino que lo hacían de tres esbeltas ramas que acababan uniéndose en una sola, a la mitad de su altura, enroscándose en un extraño nudo en forma de trenza; ninguna de las ramas que formaban la base parecía hundirse en la tierra. El color celeste era el claro dominador en aquellos árboles más parecidos a arbustos, pues su altura apenas rozaba los tres metros. Dos únicas ramas sobresalían del tronco principal; eran muy finas y estaban repletas de una especie de hojas rosáceas que se hacían más largas según se acercaban al extremo. La copa acababa en una extravagante pelambrera de púas doradas que se coronaban por encima de dos frutos color naranja de un tamaño considerable. 

—Son preciosos —susurró la capitana. 

Caminaron entre la vegetación durante poco más de diez minutos y pararon a descansar, ya que el aire que se respiraba entre aquellos árboles estaba cargado con un olor dulzón que al principio era muy reconfortante, pero al rato producía una sensación de ahogo en la tropa. 

—Esto no me gusta —murmuró alguien.

De repente, una ligera brisa empezó a soplar y los arbustos comenzaron a segregar un extraño líquido a través de sus hojas.

—¡Vámonos de aquí! —gritó la capitana, mirando de reojo a John.
Pero el aviso llegó demasiado tarde.

Los arbustos se empezaron a mover a una velocidad endiablada y cayeron sobre los sorprendidos soldados. La sustancia viscosa de sus hojas corroía la piel de los hombres, que lanzaron un desgarrador alarido segundos antes de caer sin vida sobre el árido terreno. John agarró a Miriam de la mano y la arrastró fuera de aquel terrible escenario. Ambos empezaron a correr a sabiendas de que nada podían hacer por sus compañeros. Tras unos minutos interminables, Cougart se detuvo. Miriam lo miró casi protestando y tiró de su mano para que siguiera con la huida.

—¡Pare, capitana Redhair! Ya acabó todo.

Miriam le miró extrañada, ¿qué quería decir con eso? Tenían que seguir corriendo hasta encontrar la manera de volver a las naves y destruir aquel planeta. Para su sorpresa, John Cougart estaba cambiando: su rostro se deformaba a la par que su cuerpo. Intentó correr, pero el fuerte brazo del comandante se lo impedía. En apenas unos segundos John se había transformado en una de aquellas criaturas que les habían atacado en el bosque.

—¿Sorprendida? —dijo el extraño ser a través de una larga trompa que crecía entre los inmensos ojos anaranjados—. Tenía usted razón capitana, sus compañeros de la primera misión estuvieron aquí dos años. Primero se aprovecharon de nosotros haciendo multitud de experimentos con nuestros cuerpos. Muchos de mis hermanos murieron en sus manos, hasta que nos revelamos. A Cougart lo dejamos vivo durante un tiempo, el justo para succionarle todo el conocimiento. Somos una raza pacífica, créame capitana, pero ustedes los terrícolas solo quieren nuestra destrucción. Fue por eso que ideamos todo este plan: evitar que sus congéneres volvieran a hacernos daño. Gracias a nuestra capacidad de mimetismo me hice pasar por su comandante, aprendí de él todo lo que debía saber para volver a la Tierra. Había que destruirla antes de que ustedes nos destruyeran a nosotros. Solo nos faltaban los medios, que ustedes nos han proporcionado: las naves. Ahora mismo mis hermanos se habrán hecho con el control de ellas y, en seis meses, la Tierra y todas sus malvadas criaturas serán pasto del olvido.

—Y… ¿qué pasará conmigo? —susurró Miriam todavía en shock por lo que acababa de escuchar. Pero cuando vio el líquido que empezó a segregar su interlocutor, en ese mismo momento supo la respuesta.


† † 

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